VIGÊNCIA DA ARTE DE VANGUARDA

 

 
 
 
Vigencia del arte de vanguardia
 
 
Tres años antes de la revolución francesa de 1848, que devendría en la elección de Luis Napoleón, sobrino de Bonaparte, como presidente de la segunda República y que terminaría con la disolución de la cámara legislativa y con el arribo de aquél como emperador, Gabriel–Désiré Laverdant, en un escrito titulado De la mision de l’art et du rôle des artistes, usó un término al que se le ha dado tradicionalmente como fecha de nacimiento los inicios de la Primera Guerra Mundial: vanguardia. Sin tener constancia de que haya sido el primer escrito donde se le usó para designar de manera figurada una avanzada diferente de la militar, es interesante que desde entonces tal locución haya puesto énfasis en la idea de una interdependencia entre arte y sociedad e incluso en que el arte es también un instrumento de acción y de reforma social, de propaganda y agitación política. Dice Laverdant:


El Arte, expresión de la sociedad, manifiesta en su impulso más alto, las tendencias sociales más avanzadas: es anticipador y revelador. Ahora bien, para saber si el arte cumple bien su propia misión de iniciador, si el artista está verdaderamente situado en la vanguardia, es necesario saber a dónde va la Humanidad, cuál es el destino de la especie… Junto al himno a la felicidad el canto doloroso y desesperado… Poned al desnudo con brutal pincel todas las fealdades, todas las inmundicias que hay en el fondo de la sociedad.


         Este acaecimiento temprano del término de la mano de las revueltas sociales y de las nuevas doctrinas políticas que lo acogieron, como el socialismo, marcó el aliento que tendría hasta antes de la Segunda Guerra Mundial vinculándose con acciones de reforma social, política, a través del arte y con un alto sentido de la crítica.

         No obstante, y a pesar de que Charles Baudelaire en su Mon coeur mis à nu se refiere a “littérateurs du avant-garde” para burlarse de aquellos escritores radicales de ideologías de izquierda, el corazón de la vanguardia bombea a través de la misma sangre que dio origen al romanticismo, al parnasianismo y al simbolismo; por un lado, el rechazo a la creación establecida en términos académicos, como tradición o escuela, y la propia actividad creativa que genera este rechazo. Así, activismo y antagonismo son actitudes inherentes a la noción de movimiento; expresión que sigue en uso para designar todas aquellas corrientes literarias posteriores al romanticismo y que han roto con los esquemas tradicionales de creación.

         Aunque debemos tomar esta reflexión con cierto recelo porque si bien los movimientos rompen con escuelas o tradiciones anteriores, ello no quiere decir que su composición sea absolutamente original, es decir, que surja de la nada. Mientras se rechazan algunos aspectos anteriores de la manera de comprender el arte se rescatan otros incluso mucho más antiguos, aunque claro, algunas veces con enfoques más frescos. Por ejemplo, si el parnasianismo bajo el lema “el arte por el arte” intentó desvincular al arte de aspectos sociales, religiosos, políticos, y dio paso a que germinaran muchas corrientes fundadas en este aspecto, las primeras vanguardias del siglo XX –el expresionismo, el cubismo, el surrealismo, el futurismo- emergen en contra de esta postura que llevó a muchos artistas a contemplar sólo la forma artística. Sin embargo, hacia el final de la Segunda Guerra Mundial el instinto del arte vuelve a modificarse y se rehúsa la creación que tenga funciones sociales, políticas, etc. Por eso, en su Manifiesto Dadá de 1918, Tristán Tzara indicaba:


El amor por la novedad es la cruz simpática, es prueba de un mimpotacarajismo ingenuo, signo sin causa, pasajero positivo. Pero esta necesidad es tan vieja como otras. Al dar al arte el impulso de la suprema simplicidad: la novedad, uno es humano y verdadero respecto de la diversión, impulsivo, vibrante para crucificar al tedio.


Y párrafos posteriores va más lejos en sus reflexiones:


El artista nuevo protesta: ya no pinta (reproducción simbólica e ilusionista), sino que crea directamente en piedra, madera, fierro, estaño, organismos locomotores a los que pueda voltear a cualquier lado el viento límpido de la sensación momentánea.


Aunque el dadaísmo terminó con la negación del arte y con el absoluto rechazo a la composición artística, los estrepitosos postulados de Tzara ponen de relieve algo importante con respecto a la creación en términos artísticos y que, me parece, sigue vigente aún hoy: el arte original parte de cosas viejas.

         Tanto en su rechazo como en el uso que hace de éstas alimenta al arte nuevo (pensando en arte, claro, tecné, no en embaucadores que dicen que un lienzo en blanco es arte). Aunque tal vez el arte de ahora, que deviene de todos aquellos movimientos artísticos, esté menos interesado en explicar lo que hace, cómo lo hace y por qué lo hace, el uso de los elementos tan diversos y abundantes que lo vigorizan sigue vigente.
 


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